Vivimos momentos complicados para los amantes de la mentira. Todos y cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, somos como una pequeña maquina de la verdad capaz de detectar la menor desviación de lo cierto. No me refiero a las verdades absolutas de las que huyo como si hubiera visto al diablo. Hablo de esas pequeñas mentirijillas que toda la vida hemos soltado, tipo «si, si, yo he estado en Nueva York varias veces», «qué bien se comía en el restaurante de Ferran Adrià», «yo de joven llevaba el pelo hasta la cintura»… Hoy en día, esto resulta impensable porque automáticamente, se activa nuestro radar y pedimos pruebas: «enséñame fotos». Y claro, las excusas sobre pérdidas o cualquier otro desastre técnico no son admitidas bajo ningún concepto. O lo veo o no lo creo. Y claro, uno se pregunta (especialmente en esos momentos donde no tenemos nada más que hacer), si esto es un avance o hemos tirado por la borda esa, llamémosle magia, que nos envolvía, y porqué no decirlo, nos hacía más interesantes.
Si vas a un concierto, terminas viéndolo a través del móvil, si vas de vacaciones, igual. Si estás cenando, básicamente te comes los platos fríos después de tanta foto. De los selfies, ni hablamos. Hemos pasado de «uf, no me hagas fotos que salgo fatal» a «no entiendo porqué no he tenido una carrera como supermodelo». Todo tiene que estar documentado. Si no me lo enseñas, no te creo. Pero tanta realidad, a veces, podría provocar rechazo. No hay problema. Los magos de la tecnología nos ofrecen cientos de filtros capaces de borrar una noche de juerga con un solo click.
A mi me cuesta, no se si porque soy pretecnológico o lo de millenial me suena a novela negra sueca. No es cuestión de resistirse, pero ver la realidad en fotos y vídeos me deja indiferente, por no decir, exhausto. Es un trabajazo que no está pagado. Grabarlo y verlo. porque en esto no hemos cambiado. Antes te tragabas el album de fotos de tus amigos en papel, y ahora, en el móvil, o tablet (que no es otra cosa, que un móvil grandote). La aclaración sobra, pero uno tiene seguidores de todas las edades…
Ver la vida a través de un cristal, por muchos megapíxeles que tenga nuestro aparatito, me sigue pareciendo ver la vida entre paréntesis. Si tengo que poner el ojo en mi teléfono, yo, al menos, pierdo la visión panorámica que me dan los años. Aunque reconozco que quizá esto sea un síntoma de lo mayor que me hago. Pero es que ahora, el foco hay que ponerlo en un punto muy concreto, demasiado concreto, y si nos perdemos lo que hay alrededor, sufriremos daños colaterales irreversibles, o lo que es lo que es lo mismo, cientos de pequeños e irresistibles detalles, pasarán desapercibidos y por consiguiente, no existirán. ¿Alguien ha probado a grabar unos fuegos artificiales? ¿Alguien los ha visto después en el móvil porque se los perdió mientras los grababa…?
Y digo yo… y si estos genios de la tecnología fueran capaces de diseñar una cámara que enfoque SOLO alrededor de lo que queremos grabar? Por ejemplo, que voy a un concierto, y estoy grabando al vocalista, porque yo soy así y no pienso cambiar, que yo ya estoy mayor para esto y a mi me parieron así… pues con esa aplicación, lo que estaría grabando sería todo menos al cantante…imagínate, la gente que tengo mi alrededor, sus miradas, sus reacciones. No se si es romántico o un presunto delito por fisgón, pero al menos, cuando viéramos el vídeo, no sabríamos con qué nos íbamos a encontrar, porque de la manera actual, no le veo la gracia, ver el si quiero del colega o la comunión de la sobrina una y otra vez… Si estaba de cuerpo presente!
Mientras espero que alguien me copie la idea, voy a intentar ponerme en la piel de estos fisgones de su propia vida, y voy a mirar la vida por un cristal, grande, de 39 pulgadas, aunque lo que voy a observar es la vida de unas mujeres fascinantes. Ah, y lo mejor de todo es que podré ver lo que hay a su alrededor y nunca se muestra.
Al final, creo que lo proponía ya está inventado. Se llama televisión, pero de la buena.
Big Little Lies
En una televisión dominada por superhéroes, dragones, comisarías, abogados y policías, parece una locura que una cadena se arriesgue y produzca una serie alejada de las tendencias, pero HBO, responsable, por otra parte, de crearlas, se puede permitir el lujo de nadar a contracorriente. Y si encima, la competencia aprieta, la búsqueda de nuevas historias, y lo que es más importante, nuevas formas de contarlas, es una prioridad. Eso debió pensar ante el proyecto que David E. Kelley puso sobre su mesa. Este creador es responsable de algunas de las mejores series que ha dado la televisión: La ley de los Ángeles fue su primer gran éxito internacional. Desde entonces, Picket Fences, Chicago Hope, Ally McBeal, El abogado, Boston Legal y Harry´s Law, forman parte de su aportación a la historia de la televisión. Sin embargo, a pesar de que muchos ya lo consideraban una reliquia del pasado, Kelley ha sabido salir de su zona de confort y ha creado una miniserie de tan solo siete episodios, capaz de agitar los cimientos de una ficción demasiado enfocada a un segmento de la población, en detrimento de un público más adulto que echaba de menos, historias contundentes y aptas solo para gustos exquisitos.
Big Little Lies es ante todo una historia para adultos, de adultos y con adultos. La vida cotidiana de unas amas de casa atractivas, elegantes, sonrientes, felices y siempre dispuestas a ayudar a su vecina, se vuelve una historia retorcida donde lo más oscuro del ser humano se presenta bajo un sol radiante y un mar azul. El más difícil todavía.
Partiendo de un mcguffin, lo que Alfred Hichtcock definió como como un elemento de suspense que hace que los personajes avancen aunque no tenga mayor importancia en la trama (aunque esto está por ver), Big Little Lies es como el folleto de venta de una urbanización donde todo es perfecto. La vida es perfecta y quienes allí viven, también. Un club exclusivo donde el estatus (económico) es la base para las relaciones entre vecinos. Sol, playa, gente guapa, parejas de revista, niños de anuncio… El paraíso. Aunque todo paraíso tiene sus trampas. Y aquí, hay muchas. Incluso, mortales. Nada es lo que parece. Las impresionantes paredes de sus impresionantes mansiones, esconden el terror, la vergüenza, el miedo, la ira, la decepción, la frustración, la venganza, la desesperación, el odio, y todas las emociones que es capaz de sentir el ser humano en sus momentos más bajos. En principio, todo normal si no fuera porque esta serie da un paso más. Cruza la línea y nos invita a asomarnos a un espectacular precipicio…para acto seguido, empujarnos, sin remordimientos, hacia el vacío. Es la maldita curiosidad. La que mato al gato y a millones de cotillas. Es como las historias de Agatha Christie. Lujosas mansiones en paisajes de ensueño donde el asesinato era tan puntual como el té de las cinco.
Para darle realismo a este fascinante caramelo envenenado, el reparto tenía que ser redondo. Y no solo lo es, sino que soporta una buena parte del éxito. Cuatro actrices que demuestran que lo suyo no ha sido suerte. Y lo mejor de todo, que gracias a la televisión, aún les queda mucho que ofrecer. Quizá, lo mejor.
Empecemos por Nicole Kidman. La noticia de que protagonizaría una serie nos trajo a todos el mismo pensamiento: otra actriz que por su edad se pasa a la pequeña pantalla porque no le ofrecen buenos papeles en el cine. Pues no. Cualquier actriz con un poquito de instinto mataría por su personaje, uno de los más complejos que ha dado la televisión en los últimos años. Solo una actriz valiente puede hacerse cargo de esta mujer atrapada en una desgarradora historia. Nicole Kidman usa todos sus recursos, que son muchos, incluida esa autoinflingida “parálisis” facial, para ofrecer una masterclass. Por si alguno tuviera la más mínima duda, además del recital interpretativo, la Kidman protagoniza una de las secuencias de sexo más incómodas que se han visto últimamente en la tan recatada televisión norteamericana (con permiso de Juegos de Tronos). Y hacerlo a su edad, con su currículum, es solo, o un acto de generosidad, de exhibicionismo o la demostración de que cree ciegamente en su papel y lo defiende hasta sus últimas consecuencias.
Junto a una espléndida Nicole, tres actrices principales, inmensas, en estado de gracia, a quienes la historia les sienta como un guante. Reese Witherspoon iba a ser en principio solo productora, pero la convencieron de que el papel de Madeline tenía que ser suyo. Y se lo agradecemos. Siempre ha sido una actriz que me ha dejado frío, pero aquí, consigue construir un personaje tan brutal que a veces la odias y otras, la amas. Vamos, que te la comerías y luego te arrepientes de habértela comido.
Laura Dern, a quien los dinosaurios le dieron fama y dinero pero le arrebataron todo su potencial como actriz, era y es, una gran actriz. Pero ha tenido pocas oportunidades para demostrarlo. Lejos queda la inolvidable Corazón salvaje de David Lynch (su famoso «estoy más caliente que el asfalto de Georgia» todavía levanta más de un ánimo). Aquí es capaz de vestirse de Prada y ser el mismísimo diablo.
El cuarto pilar de este reparto perfecto es Shailene Woodley, conocida por ser la protagonista de la saga Divergente. Sin duda, una grandísima sorpresa, al menos para mí, siendo capaz de hacer frente al personaje menos glamuroso pero más misterioso de todos, y dotarlo de una fragilidad capaz de romper cabezas con solo una dulce mirada.
Hay un quinto personaje, interpretado por Zöe Kravitz, (si, la hija de Lenny y Lisa Bonnet), que se contagia del estado de gracia de este reparto perfecto, consiguiendo trepar desde, lo que en principio puede parecer un personaje secundario, hasta la cima del protagonismo compartido.
Sobre el reparto masculino, imposible no hablar de Alexander Skarsgård, que tras saltar a la fama en True Blood, consigue el más difícil todavía, al dar vida a uno de los personajes más inquietantes que ha dado la televisión. Y no es fácil si se es un escandinavo de casi dos metros con cuerpo de vikingo y sonrisa arrebatadora que diría una madre. El hijo, hermano, hermano, marido ¿perfecto?… Todo mi respeto.
Si Mujeres desesperadas era una comedia más o menos negra, con pinceladas de folletín (de la que he sido muy fan), Big Little Lies es más retorcida, de hecho es MUY retorcida. No deja lugar al humor, aunque se le escape. Quiere mostrar una historia tan negra como el alma de sus protagonistas. Quiere pellizcarte el estómago y lo consigue bajo un sol brillante y un mar azul. Quiere ser la serie del año, y lo es.
“Una vida perfecta es una mentira perfecta” es el claim de la serie, un eslogan que define mejor que nada la esencia de esta ficción no apta para todos los públicos. Porque estamos ante un drama adulto, complejo, a veces cruel, a veces, delirante, que muestra un paisaje desolador donde la mayoría solo ve el paraíso. Y si además, nos permiten espiar la vida, aparentemente perfecta, de nuestros vecinos, ¿qué más se puede pedir?